Discurso del Almirante Oscar Buzeta Muñoz a la Escuela Naval mientras era Director.
21 de mayo de 1967
La gratitud y admiración de un pueblo bizarro como el chileno, hizo levantar otrora este magnífico monumento, para conmemorar en el bronces y en el mármol ese inconcebible combate del Capitán Prat y sus valerosos compañeros a bordo de la corbeta “Esmeralda”, en las aguas de Iquique, el 21
de mayo de 1879.
Esta veneración, exhibida y ratificada con fervor a través de ochenta y ocho años, nos congrega hoy en esta plaza, al pie de este monumento frente al mar. En todos los rincones de este país, en los más lejanos retenes fronterizos, en los caseríos más olvidados y escondidos, hay enseñas patrias que flamean airosas y hay almas chilenas que vibran con emoción patriótica. ¡Todo Chile se concentra y se conmueve en este día! Y aquí en Valparaíso, puerto capital de este país marítimo, esta festividad adquiere una solemnidad, un significado y una expresión más profundos y más auténticos. En este puerto esta ceremonia cívico militar constituye además ¡y más que todo! una emocionante romería, pues la cripta de este monumento guarda los restos de Prat, de Serrano y de Aldea.
Reconoció y quiso la nación que esta ciudad marinera fuera el lugar de reposo, de veneración y de custodia del más excelso marino de la Patria. Por eso, el 21 de mayo en este puerto golpea y hiere con mayor reciedumbre el sentimiento y la emoción de los chilenos.
Meditemos sobre la acción heroica. Surge como imperativo irrenunciable de la hora presente, cuando la Patria, como entonces, está exigiendo la unión de todos los chilenos. Necesitamos con urgencia vital volver los ojos al pasado y clavar honda la vista, la mente y el corazón en los hechos
estelares de nuestra historia, que hicieron de este país y de su pueblo esta nación que somos ahora: pequeña en su geografía, pero grande en sus ideales y sobre todo grande en su amor por la libertad.
Necesitamos con urgencia vital, remozar la inspiración que orienta nuestros actos con esos valores espirituales eternos que inspiraron a Prat y sus compañeros, y que en suprema exaltación y generosidad los llevaron al sacrificio de sus vidas por el porvenir de su patria.
Han transcurrido ochenta y ocho años. Sin embargo, el Combate Naval de Iquique adquiere en estos instantes, con más vigor aún, la trascendencia y significación que tuvo para los destinos de Chile, en esos aciagos momentos de contienda bélica con países hermanos.
Por ventura, ahora no estamos en guerra. Somos un pueblo pacífico que anhela vivir y progresar en paz y libertad. Si antaño se vio obligado a empuñar las armas, lo hizo siempre impulsado a defender derechos irrenunciables para toda nación que se precia de sí misma y que quiere vivir aun a costa de la vida de sus propios hijos.
Vivimos en paz y amamos la paz, pero que esto no llame a engaño; que nadie confunda la noble serenidad de este pueblo. Sabe Dios, lo sabemos nosotros, lo sabe el mundo entero, que aquí en esta tierra, que es “asilo contra la opresión”, vive un pueblo orgulloso aunque afable que tiene fe en su futuro y en el futuro de una América unida; un pueblo, que volvería a alzarse fiero si sintiera en peligro su tierra y su libertad tan querida. Prat y sus compañeros de gloria marcaron una ruta ineludible y definitiva.
Hoy las armas callan. Mas también en la paz hay batallas que dar.
Está esa lucha incruenta por construir un Chile mejor. Es una lucha que no transcurre en el breve lapso de una mañana de mayo como el Combate de Iquique, sino que se realiza en el bregar constante y anónimo de generaciones.
Es una lucha cotidiana en la que no es necesario blandir la espada que hiere, sino empuñar las armas generosas del intelecto y de las herramientas de trabajo.
Es una lucha que exige también abnegación, valor y sacrificio. Y es en este bregar constante de la paz, donde el ejemplo de Prat y su tripulación heroica cobra una dimensión extraordinaria, porque señala valores espirituales y morales insustituibles en la formación y en la conducta de la vida ciudadana. La vida entera del Héroe tiene ese valor y esa fuerza ejemplar porque se rigió por
un código ineludible de rectitud. La decisión serena de ir al sacrificio y el coraje inconmovible de realizarlo no fueron consecuencia de una exaltación momentánea del ánimo en el fragor de la lucha, sino de su sentido profundo del deber y de su responsabilidad ante la nación. Su fe en Dios, su amor por la Patria, su cultura cívica y su pasión por el mar, dieron luz a su mente, fortaleza a su voluntad, inspiración a su arenga, vigor a su brazo, pujanza a sus hombres, estoicismo a sus muertes.
Quiera Dios que esas virtudes aniden en nuestras conciencias ciudadanas y sean la savia que alimente nuestras vidas, de tal modo que no haya empresas inasequibles, ni sacrificios ni obstáculos que amilanen nuestra voluntad, fuercen nuestra decisión o aminoren nuestro ímpetu de construir la grandeza de este país, con la cual soñó y por la cual murió Prat en Iquique.
¡Cómo no pedir, chilenos!, que ese impulso sobrehumano y magnífico de Prat, que germinó profundamente en sus toscos hombres de mar y los llevó al sacrificio y los hizo héroes en ese combate inaudito, sea también semilla generosa hoy día en cada uno. Para que en el diario vivir seamos todos verdaderos héroes de la paz en la magna e insuperable empresa de construir ese
Chile mejor donde nuestros hijos hallen siempre fraternidad, justicia y libertad.
La epopeya de Iquique encierra todavía una lección más, que no toca solamente a la conciencia cívica, sino, también, y de modo muy singular, a la conciencia marítima de este país marítimo. Es una lección, aun no aprendida, esa toma de conciencia de que Chile, nuestra patria, conquistó y afianzó su independencia política por el mar, triunfó en las contiendas bélicas por el mar, y debiera construir su independencia económica por el mar...¡Es que Chile es casi todo mar!... ¡y lo olvidamos!. La realidad geográfica, sin embargo, es más fuerte que nuestra indiferencia por este mar; El mar mismo, que con su fuerza indomable golpea nuestras costas, destruye nuestros puertos y hunde nuestros navíos- nos está llamando a la razón constantemente y brutalmente, nos está invitando a un eterno desafío, nos está diciendo incansablemente: “El Porvenir de Chile está en el Mar”.
Por eso, surge hoy día una evocación emocionada de ese trozo de mar, escenario magnífico de la epopeya naval:
-Mar de Iquique, altar de nuestra historia, cuya verde entraña se abrió para recibir el más preciado germen que puede entregar un pueblo: la vida y el cuerpo de sus héroes, y cuyas aguas al romperse en los grises acantilados ese 21 de Mayo de 1879, no se tornaron entonces en límpida nieve espumosa, sino que destellaron ribetes de púrpura cuando el sol de mediodía hizo relumbrar en ellas la sangre derramada de tantos y tan heroicos chilenos.
-Mar de Iquique, al acoger en el seno de tus profundidades esa “Esmeralda” cargada de restos sangrientos, florecidos todos de inmortalidad, quedaste para siempre prendido al sentimiento, a la memoria y a la vida de Chile.
-Mar de Iquique, eres nuestro, porque tus aguas fueron silentes testigos del sacrificio de Prat y porque se estremecieron con el último arrebato patriótico del guardiamarina Riquelme.
-Mar de Iquique, eres nuestro, porque diste tu beso salobre al inmaculado pabellón cuando se hundía y en el destellar postrero de sus colores y de su estrella solitaria y pura clamaba todavía al amor patrio de todos los hijos de esta hermosa tierra.
Digamos, por fin:
-¡Mar de Iquique!, eres nuestro, porque tus verdes aguas, al humedecer y abrazar los pliegues de esa enseña sagrada, sellaron para siempre la arenga del Héroe... Han debido resonar, entonces, como un eco eternamente renovado, esas palabras vibrantes: ¡Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el
enemigo!...Mientras yo viva esa bandera flameará en su lugar. Y si yo muero... ¡mis oficiales sabrán cumplir con su deber!
Si un día, chilenos, la Patria llama nuevamente a sus hijos en su defensa y gloria, que no tiemble nuestro brazo ni flaquee nuestra voluntad...
¡para que así sea!